Como El Polaco (Eduardo J Quintana)

“Hay hinchas de Boca, de Ríver, de San Lorenzo y yo soy de Platense”

Una frase mítica del Polaco Goyeneche que encerraba una verdad absoluta. Es fácil ser de los grandes y cada vez que me lo preguntan, lo respondo con orgullo: “Soy hincha de Platense, y nada más que de Platense”. Y la verdad que no me arrepiento de aquel día en que cambió mi vida.

Mi viejo era de Ríver y desde chiquito me llevaba al Monumental; entre otras, estuve aquella tarde de la vuelta olímpica después de diez y ocho años, en 1975 y lo disfruté. Era mi primer campeonato ganado y también, sin saberlo, el último. Las vueltas de la vida me llevarían a que en el año 1977, a instancias de un amigo, el Beto Camacho, presenciara una de las finales más emotivas que jamás haya visto. No por el transcurrir del partido que fue chato y aburrido; ni por el resultado que fue un inerte cero a cero. La verdad de la emoción llegaría con los penales que definirían cual de los clubes descendería a Primera B: Lanús o Platense.

El Beto Camacho, era un amigo del barrio fanático de Platense, algo que fue heredado de su padre el gran Pedro Camacho, un cantante de tango nacido y criado en el barrio de Saavedra, admirador y conocido del Polaco Goyeneche. Miles eran las anécdotas que contaba sobre el viejo Platense de Manuela Pedraza y Crámer, como de los conciertos del Gordo Troilo, de los carnavales o simplemente de la vida cotidiana. Me encantaba hablar con él, pero tenía un gran problema, el “bobo” ya le había avisado una vez y él no se cuidaba. Justamente, tenía que dejar de lado las emociones fuertes. Cuando hablábamos de Platense, a quien le tenía simpatía por el Beto, siendo yo hincha de Ríver, podía pasarme horas escuchándolo, porque era una enciclopedia Calamar. Me hablaba de Santiago Vernaza, Juan Carlos Píris, Ernesto Ullrich, José Luis Petti, Eduardo de Virgilio, Julio Cozzi y los eternos ídolos Vicente Sayago y Enrique Topini

Será por esto que cuento que aquel día de la final, me convencí de acompañarlos. Jugaron en el Gasómetro, había muchísima gente, el fervor fue decayendo a medida que aumentaban los nervios y el resultado no se abría. Nosotros nos habíamos ubicado arriba, casi donde finalizaba la popular de madera. El Beto sufría cada avance de Lanús y Don Pedro hacía lo propio constantemente, en ataque y en defensa. No contenía la pasión y vociferaba barbaridades. El cero a cero final trajo aparejado un nuevo sufrimiento: el alargue. Ahí noté por primera vez, la agitación de Don Pedro, que permaneció sentado todo el descanso. Treinta minutos separaban la gloria del descenso, que para todo futbolero tomaba una trascendencia tal, que era difícil mantenerse distante. Treinta minutos peleados y anodinos, con el mismo resultado: cero a cero. La presión de Don Pedro seguramente había empezado a subir, al Betito se lo notaba preocupado, no le quitaba la vista al padre. Encima la definición por penales y cuando marco tiros penales, no hablo de los clásicos cinco y cinco, hablo una definición con veintidós tiros desde el punto del penal. Casi todos los jugadores tuvieron su chance y digo casi, porque el penal número once del Calamar, lo debía patear el arquero Miguelucci y Roberto Barreiro, el juez, permitió que vuelva a patear Juárez, en lugar del número uno. Los nervios que había en el Gasómetro eran de una magnitud tal, que contagiaron a los jugadores. En mi caso, había vivido un partido aburrido, pero esa definición era para el infarto. Casi no pude ver el último penal de Lanús, porque Don Pedro, se sentó en el tablón, muy agitado, muy colorado; Beto bajó a buscar un médico. Evidentemente el viejo se sentía muy mal ya que no miraba la definición, me senté a su lado y pasé mi brazo encima de sus hombros. Betito debería estar enloquecido buscando un médico, que no llegaba. Sentado, miraba entre las piernas de la gente, no perdiendo de vista lo más importante, a Don Pedro. Cuando Cárdenas, el delantero de Lanús tomó carrera, el viejo aferró mi mano y me balbuceó algo, que no entendí, giré la cabeza, buscando al Beto y en ese momento vi como Miguelucci contenía el penal, ante el griterío de la gente.
Don Pedro otra vez balbuceó algo, estaba peor.
- Beto. Me dijo, apenas abriendo los labios
- Sí, le dije yo intentando pasar el momento.
- Beto, repitió
- Acá estoy. Le volví a decir

Me agarró la mano fuerte, me miró a los ojos y con una mirada muy triste me dijo:
- Beto, me tenés que hacer una promesa
- Sí, por supuesto: Le dije, buscando infructuosamente a su hijo, que venía subiendo las gradas.
- Prometeme que nunca vas a dejar de ser hincha de Platense…
- Se lo prometo Don Pedro…

Ya era tarde. En el mismo instante que Beto llegaba con el médico y los camilleros, Don Pedro se desvanecía en mis brazos; mientras en el campo de juego Miguelucci era llevado en andas por sus compañeros y todo el pueblo Calamar festejaba la permanencia en Primera División. El llanto de Beto era desconsolado, mi corazón palpitaba incesantemente, mientras los tablones vibraban con el salto de la gente.
Cómo olvidar aquel día si fue un bautismo de fuego. Fue el final de una historia de amor y el comienzo de otra. Se había ido un calamar de ley. Había nacido otro calamar de ley.

Desde ese mismo momento, cada vez que Platense enfrenta a Ríver, con mi viejo, vamos a tribunas opuestas. Por supuesto yo voy a la de Platense, con el Beto, porque como diría el Polaco:
“Hay hinchas de Boca, de Ríver, de San Lorenzo y yo soy de Platense”

Esta entrada fue publicado el 29 de septiembre de 2013.
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2 Respuestas a “Como El Polaco (Eduardo J Quintana)”

  1. Acabo de leer esto un poco antes del partido de Colon - Olimpo, partido del que dependía la permanencia en primera del primero y de otros dos equipos, el final del mismo fue para el infarto, estaba empatando 1-1 y se iba a la B porque el otro que tenia los mismos puntos (Rafaela) ganaba con un gol sobre el final, entonces, mientras los llantos inundaban al cementerio de los elefantes, Colon obtiene un tiro libre, la última jugada que podía cambiar la suerte debido a que no faltaba nada para que terminara el encuentro, van todos, tenemos la típica imagen del arquero corriendo al área rival, el resto lo pueden imaginar, gol, redención y llantos, pero de alegría, festejo con invasión de cancha y jugadores llevados en andas, a pesar de que en una semana pueden volver a llorar de tristeza.
    Entre esta historia y el partido vivido, uno puede obtener claros ejemplos de lo que puede despertar el futbol. Me voy a ver el partido de Boca - Gimnasia, abrazo de gol.

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    1. yem, muchas gracias por compartir tu pasión a través de las líneas en este espacio. Un abrazo.

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