Ellas también juegan (Eric Valenzuela)

Esa mañana su padre fue claro cuando dijo ¡no! Fue el látigo de la frustración y la impotencia, ese que clava en lo más profundo de las voluntades. Un rotundo “no” que se mantuvo por años. Se escapó. Escondida se le vio correr por el pasaje Valencia, como a menudo la pequeña niña María lo hacía, con dos de sus amigas, dueñas de una risa nerviosa y una energía digna de sus tempranas edades. En un desplaye de tierras sueltas y basura regada por todo el lugar un grupo de niñas de edades variadas las esperaba y se mezclaban formando dos equipos de fútbol, a regañadientes, puesto que siempre más de alguna fallaba en el intento de salir de su casa para llegar a aquel lugar. Los padres se negaban a la posibilidad de ver a sus hijas corriendo detrás de un balón de fútbol, puesto que aquel menester no había sido creado para las señoritas con gustos que escapaban a lo que simplemente debía ser, comportarse como mujeres.

Aquel año la selección chilena de fútbol había llegado al mundial de Alemania 1974, entre los jugadores que destacaban estaba la emblemática figura de Elías Figueroa, un joven fornido, de piel oscura con ansias de conquistar el mundo. Era imitado por todos los niños que se atrevían a tomar aquella esfera de cascos pronunciados, azuzaba a sus ajusticiadores que deseaban acariciarla de las más diversas formas. María no era la excepción. Algo mágico había en aquella esfera misteriosa, sus sentidos se agudizaban, su mirada se tornaba ambiciosa. Aun en su recuerdo se hallaba la imagen de la primera vez que la había tocado. En aquella oportunidad sus pies tocaron el áspero suelo que sostenía su frágil cuerpo, sus piernas temblaban al compás de su corazón que, sin fatigar, hacia rugir su orgullo, era el llamado del fútbol, de la libertad, el llamado a soñar. Pero su camino quedo tempranamente truncado. Sus deseos fueron marchitados a golpes y retos capaces de destrozar cualquier ilusión. Su sueño se difumino como las estrellas que se pierden en el amanecer de cada día. Sus lágrimas se llevaron, entonces, el deseo anacrónico de volar junto a un balón de fútbol.

Pero el atardecer del miércoles fue distinto para María. El sol comenzaba a caer poco a poco, la tarde era devorada por los primeros atisbos de la noche, el cielo se comenzó a iluminar de estrellas que aparecían de forma temerosa. Su marido, Ernesto, la tomo de la mano y le apunto con su dedo índice donde sentarse. Había mucha gente cuyas voces se perdían en un zumbido constante, en gritos alentadores, en silbidos que tronaban en los oídos más sensibles. Los focos del estadio se comenzaban a prender lentamente como anunciando lo que venía. Comenzaban a iluminar lo que los ojos de María presenciarían. El olor del pasto, hace poco cortado, subía hasta la galería, el ambiente era maravilloso; en el aire flotaba el papel picado que la gente lanzaba al vacío, sin destino, lo que provocaba que el cielo se llenara de cientos de puntos blancos titilantes que se elevaban con el viento que hasta esas horas se hacía sentir.

Una música proveniente desde la platea del estadio colocó en alerta a toda la gente, fue entonces cuando el equipo salió a la cancha: la gente se paro desenfrenadamente de sus lugares donde yacía sentada, y los aplausos cayeron desde la tribuna hacia la cancha como una cascada de alegría y reconocimiento. María no pudo aguantar las lágrimas que recorrían con desmesura su rostro. Era su hija Camila de diecinueve años. El tiempo pasa y no en vano. En su hija vio esa mirada que ella tuvo cuando toco un balón por primera vez; En su hija vio alegría e ilusión, esas que le fueron arrebatadas cuando a penas comenzaba su vida, cuando a penas comenzaba a soñar junto a su balón. Ahora la gente las reconocía, las apreciaba, las quería. En aquel momento, María comprendió que los tiempos en que se escapaba de su casa junto con sus amigas para jugar fútbol habían quedado atrás, el pasado esta vez quedaba velado con lágrimas de alegría que se perdían en el viento mientras las ilusiones nuevamente, de a poco, volvían a la vida de María.

Esta entrada fue publicado el 29 de septiembre de 2013.
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