Domingo de verano en Santiago, paseo en la cleta y por fin pude estrenar la camiseta de Boca que me regaló mi cuñada hace 3 años atrás, antes no me entraba ni a palos.
Pasando por el Parque de Los Reyes, sale una pelota de la cancha y llega cerca mío. Me bajo, tomo la pelota y con la otra agarro el manubrio. La pateo, da contra las rejas y vuelve a mí. Escucho unas pifias y una risas. "Fue porque tenía agarrada la bici", fue lo primero que pensé, que es la típica reacción que uno tiene, para echarle la culpa a cualquier cosa, menos a uno.
"Ahora la hago bien, fuerte y con altura, nada puede salir mal". Dejo primero la bicicleta en el suelo, agarro el balón, lo mido y veo como va por el aire, muy por arriba de la reja, pero no para el poste de luz que había, choca justo y de nuevo de vuelta para afuera. Ahora sí, las risas son carcajadas y hasta un "es para hoy amigo" me dijeron.
Abortamos misión y pasamos al Plan B. Agarro la pelota con la mano, me acerco y la tiro, ahora si, adentro de la cancha. Se escuchan aplausos, sé que son de burla, pero ya no había nada que hacer. Avergonzado, me doy media vuelta, y empiezo a caminar para seguir pedaleando. Recién ahí me di cuenta que era goleada cuando escucho que alguien grita: "¡AGUANTE GARY!".