¿Juguemos Atari?

El rumor corría rápido: "El Perez tiene un Atari". Era suficiente para que todos los cauros se congregaran en su casa, un ritual casi sagrado que comenzaba apenas terminaban las tareas del colegio. Ahí estaban, en la casa del Perez, apiñados en el living, con los ojos fijos en el televisor, esperando a que la casetera dejara de chirriar y cargara el juego, y obviamente que no se pasara de largo. Ese sonido, que para cualquiera podría ser irritante, para nosotros era música celestial

El Atari 800 XL era una puerta a mundos inimaginables. Juegos como Boulder Dash, Pac-Man, Montezuma o Donkey Kong, no solo llenaban las tardes de aventuras, sino que también creaban historias y leyendas que se contaban en los recreos y en las esquinas del barrio. Cada vez que un nuevo cassette llegaba a sus manos, era como encontrar un tesoro escondido.

La dinámica era simple pero emocionante: cada uno esperaba su turno con paciencia, aunque a veces aparecía el hermano chico del Perez, el Carlitos, y siempre se colaba el pendejo. Los gritos y las risas llenaban el living, y el puntaje más alto se convertía en un trofeo invisible.

El intercambio de cassettes entre los amigos del barrio era una práctica común. "Te cambio el River Raid por el Frogger”. Así, los juegos viajaban de casa en casa, y las historias de nuevos récords y ”papitas” se multiplicaban.

Una tarde, mientras mi hermano y yo caminábamos, apareció un niño que no conocíamos y nos preguntó si teníamos juegos para cambiar. Era Álvaro. Así conocimos a Álvaro y a su hermano Claudio, con quienes rápidamente nos hicimos amigos. Claudio tenía una habilidad especial, hacía desaparecer el corredor en el Decathlon tan rápido y sincronizado que movía el Joystick…

Pero el Atari no era solo diversión; también despertaba la curiosidad y el ingenio. Algunos, como el Pili, empezaron a interesarse por la programación. Libros de BASIC y otros lenguajes circulaban entre ellos, y de vez en cuando, uno de los más audaces se atrevía a escribir sus primeros códigos. No siempre funcionaban, pero cuando lo hacían, era como si hubieran descubierto fuego.

En medio de todo esto, el Atari 800 XL se convirtió en un símbolo de una época. No era solo una consola; era el inicio de una era digital en Chile. Introdujo a toda una generación a la tecnología

Las historias de esas tardes, donde cada partida era una aventura y cada juego una puerta a un nuevo mundo, siguen vivas en la memoria de quienes las vivieron. El Atari 800 XL no solo transformó la manera en que los niños jugaban, sino que también forjó amistades y encendió sueños. La nostalgia que muchos sienten por esa época refleja su impacto duradero, convirtiendo al Atari en un ícono de una infancia dorada en los barrios chilenos.

Esta entrada fue publicado el 5 de agosto de 2024.
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