Hola, enano.
Sé que estás despierto.
Son las tres de la mañana allá.
Tu mamá duerme. Tu papá hace que duerme.
Y vos estás con los ojos clavados en el techo,
preguntándote si esto vale la pena.
Si todo lo que no podés hacer hoy
va a tener sentido alguna vez.
Lo va a tener.
No ahora.
No pronto.
Pero sí, va a llegar.
Y cuando llegue, no vas a gritar.
No vas a correr.
No vas a decir nada.
Solo vas a cerrar los ojos.
Y vas a verte a vos.
Ahí, en Rosario.
Con los botines sucios, el cuerpo frágil,
la cabeza llena de sueños que todos creen exagerados.
Vas a acordarte del miedo, de la distancia,
de todo lo que te dijeron que no ibas a lograr.
Y te vas a reír, despacito.
Porque sí, enano.
Sí lo hiciste.
Sí llegaste.
Y no fue un accidente.
No fue suerte.
Fuiste vos.
Fuiste vos, todas las veces que no te rendiste.
Así que dormí tranquilo.
Que lo que soñás esta noche…
es real.
Va a pasar.
Nos pasó.
Y es para siempre.