El partido más largo (japezoa)

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Mi abuelo ya no recuerda casi nada.

Ni mi nombre, ni el suyo.

Pero cada vez que ve una pelota, le brillan sus ojos azules.

Agita la mano como pidiendo pase.

Y dice:

—Tócala de primera, cabro.

Yo se la paso.

Y jugamos, como antes, aunque sea en el aire.

Aunque ya no se acuerde que es mi abuelo.


La galucha (japezoa)

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 No tengo entrada.

Nunca he tenido.

Pero igual vengo.


La reja está ahí, como siempre.

Con huecos perfectos entre los fierros para meter la cara.

Si me apoyo bien, veo el arco norte.


Llego temprano, con pan con mortadela envuelto en servilleta y una botella plástica con jugo en polvo.

Mi viejo me dice que algún día voy a entrar.

Pero yo no quiero entrar.

Desde acá se ve más real.


Los que entran gritan.

Nosotros murmuramos.

Los que entran saltan.

Nosotros nos trepamos.


Pero todos, todos sentimos lo mismo cuando la pelota empieza a rodar:

que algo nuestro está ahí adentro.


Cuando el “9” del local encara, yo lo acompaño con la vista.

Cuando se cae, me duele.

Y cuando la mete, soy el primero en gritar.


No lo hago por tele.

Lo hago por la reja.

Por el frío en las manos.

Por el eco que rebota en las paredes del estadio.

Por los cabros al lado que se saben los nombres de todos, aunque nunca hayan pisado el pasto.


Desde la galucha no se ve todo.

Pero lo que se ve, se siente más fuerte.


Y cuando salgo, con las manos negras y la garganta ronca, sé que no estuve afuera.

Estuve donde hay que estar.


Donde los sueños todavía no cuestan entrada.


Llegué (japezoa)

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Me decían el “Zurdo Díaz”.


Tenía 15 y me venían a ver de equipos grandes.

Un veedor del Colo me dijo una vez:

—Vos tenís algo que no se enseña.


Y yo me lo creí.

Me lo tatué sin tinta.


Jugaba bien.

Sí pa’ qué voy a mentir.

Tenía enganche, pase, visión.

El profe decía que yo era distinto. 

Y eso, a esa edad, es como que te digan que vai a ser astronauta.


Fui a probarme.

Quedé.

Entrené.

Me citaron.

Me lesioné.

No me desordené.

No me citaron más.


Después mi mamá se enfermó.

Mi viejo empezó a trabajar el doble.

Y yo tuve que agarrar pega.


Chao fútbol.

Chao sueños.


A veces cuando me topaba con alguien y me decía:

—¿”Zurdo” Díaz? ¿Qué fue de ti? ¿Jugaí todavía? ¿Debutaste en primera?


Y yo decía que sí, siempre que sí. Mentira.


Jugué un par de amateur.

Algún nocturno de barrio.

Unos torneos en la playa.

Siempre destacando.

Pero ya no era lo mismo.


Hace poco fui a ver al “Nico”, uno de los cabros con los que crecí.

Debutó hace rato.

Juega profesional.

No es crack, pero está ahí.

Y cuando terminó el partido, me vio en la galería.

Me vino a abrazar con una sonrisa. Y me dijo al oído:


—Hermano, vos jugabai más que yo. Más que la chuuuuuuucha!!!!!


No supe qué decir. No me salió el habla.

Le pegué en el pecho y me fui al kiosko a comprar una bebida con el alma hecha bolsa.


Esa noche, en mi pieza, Saqué la medalla de campeón y los zapatos que aún los tengo en su caja, aunque ya me quedan chicos. Los que usé en la final que le ganamos al “Real Victoria”. Con Gol mío.


Y pensé: No llegué, es cierto, pero lo que viví… es parte del sueño.

Por eso, cuando voy solo a la cancha de la pobla a patear al arco, me convenzo que llegué igual…



Ya lo viví (japezoa)

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Es la última del partido, Messi  la agarra en mitad de cancha, se saca a uno, apila a 3 cerca del semicírculo y descarga por la izquierda a un solitario Lavezzi. El estadio respira en seco. Y yo también.


Lavezzi centra a tres dedos. La pelota va rasante, perfecta, venenosa, rápida. Estoy justo de frente a la jugada y ya sé lo que va a pasar. 


Ni siquiera he visto a Higuaín. Pero no importa. Sé que está ahí. Siempre están ahí.


La jugada dura un segundo, pero yo estoy en el 98, en Burdeos, con el penal de Bouchardeau.

Estoy en Belo Horizonte, con el travesaño que aún suena y que sueño cada tanto.

Estoy en cada vez que jugamos como nunca… y perdimos como siempre. Frase culiá, cómo la odio.


El pase sigue su curso y yo ya estoy derrotado. Higuaín aparece. Define rápido. La red se mueve.


El estadio grita.

Gol.

Gol, conchetumadre.

Nos cagaron otra vez.


Cierro los ojos.

No quiero verlos.

No quiero verlos correr al córner a abrazarse como siempre.

No quiero ver a Chile rendido, otra vez.


De la nada, silencio, pero un silencio raro. Como si la tragedia se hubiera quedado sin sonido.


Abro los ojos.

La pelota está ahí, quieta.

Del lado de afuera de la malla.


No fue gol.

No fue gol.


¡NO FUE GOL CULIAO!, me grita mi amigo, mientras me zamarrea. Nos miramos. Reímos. Nos abrazamos, cerré los ojos y sentí paz, porque ahí supe, que esta vez y como nunca, los rojos eran los que se iban a abrazar en el córner…



Carta desde el futuro (japezoa)

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Hola, enano.

Sé que estás despierto.

Son las tres de la mañana allá.

Tu mamá duerme. Tu papá hace que duerme.


Y vos estás con los ojos clavados en el techo,

preguntándote si esto vale la pena.

Si todo lo que no podés hacer hoy

va a tener sentido alguna vez.


Lo va a tener.


No ahora.

No pronto.

Pero sí, va a llegar.

Y cuando llegue, no vas a gritar.

No vas a correr.

No vas a decir nada.


Solo vas a cerrar los ojos.

Y vas a verte a vos.

Ahí, en Rosario.

Con los botines sucios, el cuerpo frágil,

la cabeza llena de sueños que todos creen exagerados.


Vas a acordarte del miedo, de la distancia,

de todo lo que te dijeron que no ibas a lograr.

Y te vas a reír, despacito.


Porque sí, enano.

Sí lo hiciste.

Sí llegaste.

Y no fue un accidente.

No fue suerte.


Fuiste vos.

Fuiste vos, todas las veces que no te rendiste.


Así que dormí tranquilo.

Que lo que soñás esta noche…

es real.


Va a pasar.

Nos pasó.

Y es para siempre.




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